Burdeos y las polillas
I
Llegar a los 23.
Trabajar en un lugar de mierda para pagar la renta. E ir a fiestas.
Dormirme en las fiestas.
Hacer cenas, amistades y hermandades.
Unos techos altos que dan la sensación de poder respirar
un poco más.
Y de alargar las ideas.
Ciento veinte metros de espacio compartido en donde, ocasionalmente, se amontonan y bailan unas 50, 80-demasiadas personas.
Crushes, cretinos, onenightstands, amantes,
Destile de roommates... 1, 2, 3, 4, 5… 16.
Puertas rotas.
Sismos mientras dormimos.
Pasteles de cumpleaños con y sin marihuana, reuniones con absenta, pulque y otras sustancias.
Bromas hechas por fantasmas.
II
La llegada de Guapo, mi alma gemela, y las eternas caminatas con él.
Renunciar al trabajo de mierda. Saltar al vacío.
Ver la lluvia caer en el patio del vecino.
El canto de las aves que -extrañamente- se puede oír por las tardes en este punto de la ciudad. Un oasis.
Las conversaciones grupales en el comedor, y de dos en la habitación.
La emancipación de Ari, luego de cohabitar cuatro años.
Bromear con que es la relación más larga que hemos tenido.
Los gritos de las marchas y los desfiles a la distancia.
¡Nos faltan 43!
El viento que acaricia al entrar por la ventana.
El baile de los árboles del predio contiguo que da vida.
Las derivas profesionales. Los sueños.
Una crisis de los 30, y un corazón roto.
Estudiar de nuevo.
Olvidar todo y a todos por ese proyecto.
Un cuarto de servicio que hace de búnker creativo.
Trabajar de día y de noche. De día y de noche.
III
Los árboles de junto que son talados. Primero la palmera. Luego los demás.
La demolición de las casas del terreno de atrás.
Polvo.
Eréndira y una fiesta. Enamorarse en una noche.
Una vida en pareja. Simbiosis.
Septiembre y sus dos terremotos.
Una pandemia y un encierro.
Platos rotos.
Nuevas canas.
Más arrugas.
Kilos de menos.
Kilos de más.
.
.
.
La vejez de Guapo, mi alma gemela, y las visitas al veterinario.
Paseos en un carrito reciclado.
Ya no hay más canto de las aves. Ahora un paisaje con cien automóviles
inmóviles.
Una casa que es oficina. Una oficina que es casa. Los límites que se diluyen. Síndrome del Burn Out.
IV.
Una lona que anuncia lo inevitable: la construcción de un monstruo de doce pisos acecha.
Algún día se irá la luz de estas once ventanas.
La partida de Guapo. El duelo.
Sembrarlo en una planta.
Pintar por primera vez la casa. De color verde. Salir de nuevo al mundo.
Ahora, un paisaje que se asemeja a Marte.
El ruido de la construcción que no deja dormir.
La llegada al edificio de una nueva administración. Mear cada rincón.
El piso (y la vida) se tambalea.
La soledad de una vida en pareja.
La urgencia de alejarse de una vida que se ha hecho adulta.
Escaparse a un sueño. Por primera vez, una residencia artística. En Montreal.
El preámbulo de un cierre.
Un extraordinario tornado en Canadá y al día siguiente una llamada de larga distancia para pedir el desalojo de ese lugar que has llamado hogar durante quince años.